Si el expresidente Danilo Medina dividió y sacó del poder al PLD que fundara Juan Bosch, no debió hacerle el daño mayor de arrastrarlo a hacerle compañía en el descredito que acumulara su gobierno y ponerle más lejos la posibilidad de algún día recuperarse y ser opción, al tomarlo como refugio en procura de que el brazo acusador de la justicia no lo alcance.
A todas luces, una actitud egoísta e irresponsable, ya no solo de quien desde el principal puesto público se puso de espaldas a la ética y a las reglas democráticas, sino de una cúpula partidaria que le acompaño en tratativas políticas perversas y prácticas de corte faraónico que perjudicaban de la unidad y el futuro de la organización, que debió ser preservada del salpique de actos de corrupción de los que el Ministerio Público dice tener pruebas documentadas y testimoniales por montones.
Comprometer a toda una organización política en actos de corrupción en los que se señala a funcionarios, familiares o allegados del anterior jefe de gobierno – y más si se quiere defender la premisa constitucional de que los actos y responsabilidades son personales-, es una jugada política que podría derivar en una aventura peligrosa.
- Errático desde la primera salida – no a la calle, sino a actos cerrados, donde solo están los que aplauden y le celebran lo que diga o se le ocurra (¿) -, Medina dijo que a él “nadie lo avergüenza” (¿?). Lo cierto es que ,desde mucho antes de que su nombre se mencionara unas 90 veces (por “acciones u omisiones”) en la acusación formal del Ministerio Público a los encartados en el caso “Anti pulpo”, lo que ha salido y lo que reflejan las investigaciones sobre escandalosos actos, acciones y transacciones de hermanos y funcionarios del exgobernante, es para sentir más que vergüenza, pena y tristeza, porque desdice, del cielo a la tierra, el discurso esperanzador de campaña que una mayoría incauta le compro al candidato