Por Diego Torres
San Antonio del Guerra..La escena se abre en un pequeño cuartucho, con paredes desgastadas y una luz tenue que apenas ilumina el lugar. En el centro, Armando Moquea se sienta frente a una mesa desordenada, rodeado de papeles y libros, su rostro iluminado por la pasión de sus palabras. Fuera, el bullicio del pueblo se siente como un eco distante, una mezcla de risas y lamentos que pintan la realidad de la vida cotidiana.
San Antonio del Guerra..La escena se abre en un pequeño cuartucho, con paredes desgastadas y una luz tenue que apenas ilumina el lugar. En el centro, Armando Moquea se sienta frente a una mesa desordenada, rodeado de papeles y libros, su rostro iluminado por la pasión de sus palabras. Fuera, el bullicio del pueblo se siente como un eco distante, una mezcla de risas y lamentos que pintan la realidad de la vida cotidiana.
Moquea levanta la pluma, su expresión es intensa; cada palabra que escribe es un grito de resistencia. "Aquí, en este rincón olvidado," dice, "la riqueza no se mide en oro, sino en el espíritu indomable de su gente." Su voz resuena con fuerza, evocando la lucha diaria de sus vecinos, quienes, a pesar de las adversidades, encuentran alegría en lo simple.
El ambiente se carga de emoción. Imágenes de la vida del pueblo cobran vida: niños jugando en la calle, mujeres conversando en la puerta de sus casas, hombres trabajando con determinación. Moquea describe cómo, a pesar de todo, su gente sonríe, ríe, vive. La poesía se convierte en un refugio, un acto de rebelión contra la miseria.
A medida que la escena avanza, Armando se convierte en un símbolo de la esperanza y el orgullo local. Con cada verso, invita al mundo a ver más allá de la pobreza, a reconocer la belleza y la dignidad de San Antonio de Guerra. La música de la vida diaria se entrelaza con su poesía, creando una sinfonía de resistencia y amor por su tierra.
Finalmente, la escena culmina en un clímax de emoción. Moquea, con la voz firme y llena de pasión, proclama: "No somos invisibles. Nuestra letra es nuestra fuerza, y San Antonio de Guerra es un lugar donde la pobreza no ahoga el alma, sino que la eleva."
La luz se apaga lentamente, dejando al público con el eco de sus palabras resonando en el corazón, recordándoles que la verdadera riqueza se encuentra en la resistencia y la alegría de vivir.