Los soldaditos de plásticos.

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La imagen puede contener: 1 persona, sentadoJuan Colon ,SANTO DOMINGO.Con ellos desviábamos el rumbo de esos seres malos, poníamos de rodillas las tinieblas y llegábamos tal Ulises donde desemboca el sol. 
El amigo Julio A Dinzey, me visitó en la biblioteca, allí estaba viendo la colección de objetos que he adquirido o que me han obsequiado. Verbigracia; un hermoso molusco que tuvo a bien regalarme en Chile don Ramón quien fuera el Cartero y secretario personal del poeta Pablo Neruda; un arpa, la mano de un Botero, un menorá, o candelabro de los siete brazos de la cultura israelita, un colador de café, un estuche artesanal de cigarros Cohiba, donado por el amigo Palmiro Embajador de la República de Bolivia en Cuba y entre muchos otros objetos; la colección de soldaditos celosamente guardados cual un rico tesoro. Fueron estos últimos que llamaron la atención de mi amigo. Ven, toma esa copa te contaré la historia, le dije. 
Corría el año de 1970, mi padre que vivía disperso por el país, nos llevaba reliquias, historias, cosas, y un buen día en su ingenuidad política, me llevó una colección de soldaditos, que debajo decían Made In USA. Eran los años de la Guerra de Vietnam, los soldados norteamericanos reales estaban disparando contra los niños de Vietnam y los niños morían sordos de miedo, acomodados en la desesperanza, con el mismo dolor con que mueren los niños.
Pedrito mi amiguito de siete años; sin niñez, sin edad, tan plantado en las tres piedras del fogón, siempre creí que él había nacido de la desilusión de Dios. Él llegaba a cualquier hora a casa y nos poníamos a jugar los soldaditos, y estos eran muy valientes porque enfrentaban con éxitos el Cuco, que podía presentarse como un Bacá, un Galipote, los Zánganos que con tres Zancadas llegaban al pueblo, y sobre todo las Marimantas que iban con esas sabanas asustando a los niños. 
Cuando se hacía la noche, Pedrito me pedía que le prestara los soldaditos para volver sano a su casa, pero yo sospechaba que él quería quedarse con ellos, y no se lo daba. Pero un pesado día como un féretro, Pedrito llegó sin la gracia de agua que la misericordia puso en sus ojos, y se fue rápido por el camino que nuestros corazones jugaban descalzo. Su madre con lágrimas
en las palabras me dijo que él se había ido a un largo viaje, supuse que estaba incomodo porque no le había dado los soldaditos. Mis tardes se aburrieron, los soldaditos se jorobaron de tristeza, no jugué más con ellos, esperando que él volviera para dárselos.

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